viernes, 31 de octubre de 2014

Tita



Fue en el invierno de 1974 cuando apareció Tita; el cielo indignado vociferaba truenos y escupía despiadadamente sobre aquel pequeño poblado. La gente desde sus casas observaba por las ventanas cómo los rayos prendían y apagaban la noche. Don Eugenio, gracias a sus lentes bifocales logró ver una sombra deambular por entre los árboles; al inicio pensó que se trataba de una rama resistiéndose a ser arrancar por el viento, pero cuando le aparecieron dos piernas a su visión supo que se trataba de una persona, no hay tormenta que sea tan fuerte para opacar unas buenas piernas de mujer, pensó.


Para el amanecer ya todos en aquel pequeño pueblo hablaban de la susodicha; algunos decían que era una sobrina lejana de la viuda Carmencita y que la había venido a acompañar ahora que estaba delicada de salud. Otros en cambio la mencionaban como una joven sufrida del Norte que había venido a correr suerte escapando de un destino poco prometedor, y no faltaban los fantasiosos que pensaban en ella como una prófuga de la justicia. Lo cierto es que detrás de ese rostro agrietado por el frío y entristecido por la vida se encontraba una mirada tan acogedora que no había persona alguna que se resista a querer habitar en ella. Gracias a esto logró de inmediato conseguir trabajo donde Los Gómez Linze; una pareja de médicos españoles que había llegado hacía algunos años al país para dirigir el Hospital de la región. Vivían en la ciudad pero los fines de semana viajaban a aquel pueblito remoto y en el verdor de sus paisajes comprobaban que la paz no era una utopía citadina. Reposaban y montaban los caballos de la finca de la que eran propietarios.


Fue la señora Gómez Linze quien atendió la puerta aquella mañana que Tita se acercó al rancho, un ¨buenos días¨ y un café con leche después ambas charlaban como si se hubieran conocido desde siempre. La Tita le habló de como la orfandad la había llevado a enfrentarse desde chica a una vida de peligros callejeros, educación desnutrida y exceso de abusos (la lástima de la gente el peor de ellos). También le comentó del terrible incendio en el convento donde vivió sus primeros años y de la cicatriz en su mano izquierda que conservaba de recuerdo. Y sobre su antigua patrona, una violinista cordobesa que había despertado en Tita el deseo tremendo de aprender a tocar aquél instrumento.


A Tita le asignaron el pequeño dormitorio cerca de la huerta; Era chico pero limpio y tenía su propio baño, mucho más de lo que aspiraba. Sus tareas eran sencillas o al menos ella las hacía parecer así. Por la mañana se encargaba de regar los cultivos, luego recogía las hortalizas y frutos y con ellos fabricaba conservas y mermeladas, las cuales colocaba en frascos de vidrios y con una cinta de colores los adornaba y guardaba en la alacena. Ahí esperaban a ser untados en una tostada por la señora Gómez Linze o disfrutados sobre un jugoso bife por su marido los fines de semana. Tita se esmeraba por hacer su trabajo a la perfección y en ocasiones sorprendía a sus patrones con leche fresca que ella misma ordeñaba o baños herbales que preparaba con agua tibia, manzanilla y jazmín y, que según la señora eran mucho más bondadosos con su piel que cualquier crema importada. El aprecio de la pareja lo ganó de inmediato, pero fue su poder inexplicable para predecir las cosas lo que la convirtió en una gran aliada, sobre todo para el señor Gómez Linze quien se maravilló sobremanera la primera vez que Tita predijo el equipo de fútbol que ganaría el Torneo Nacional sin omitir cuantos goles marcaría y los nombres de los goleadores. Claro que al principio su inédito don, como solían llamarlo, asustó a la pareja pero poco tiempo y muchas apuestas ganadas después, lo encontraron conveniente y hasta respetable.


Cinco meses transcurrieron antes que lo verdaderamente insólito comenzara a ocurrir; aquél domingo Tita había arreglado con más cuidado de lo habitual su dormitorio, también había tejido una frazada color verde y comprado un mosquitero que usaría para aislar a los insectos. Al llegar la noche se acostó como de costumbre pero antes del amanecer despertó, se calzó, se abrigó y caminó con paso firme hasta la Iglesia de la comunidad donde al llegar encontró a una curiosa multitud que rodeaba a un canastito ruidoso. Tita, con una ternura casi amenazante destapó el cesto y agarró al pequeño recién nacido que se encontraba dentro, lo puso sobre su pecho y como si supiese de quien se trataba, lo llevó a casa. No hace falta detallar la felicidad que causó la llegada de aquella recién nacida en la vida de los Gomez Linze, nada es más triste para un matrimonio que anhelar a los hijos que no se pueden tener. 


A Tita no solo le permitieron conservar a la pequeña Marta sino que además adecuaron una habitación dentro de la casa para ella; contaba con una cuna de mimbre, un cómodo sillón y varias frazadas más aparte de la tejida por Tita. A medida que pasaba el tiempo la gente del pueblo quedaba maravillada por el parecido que encontraban entre la nena y Tita. Para explicar el por qué sus risas sonaban idénticas o por qué ambas alzaban la ceja cuando algo les desagradaba solían decir que cuando el vínculo de amor es tan fuerte crea similitudes tan espesas como la sangre. Pero lo que nadie podía explicar era cómo la mirada de la nena transmitía la misma sensación acogedora que la de su rescatista. La voluntad de Dios es incomprensible al entendimiento humano – contestaba el cura cuando las doñas después de misa y con cierto disimulo hablaban de dicha extrañeza. Era tanta la atención que el pueblo empezó a poner en la pequeña, que fueron pocos los que notaron como Tita iba luciendo cada día más cansada y con apariencia enfermiza; ya no podía trabajar con tanta vitalidad como antes. Su fe sin embargo parecía fortalecerse gracias a las visitas constantes que hacía a las monjas de la Parroquia; entre rezo y rezo les aconsejaba ser cuidadosas al apagar los candelabros del convento para evitar accidentes; las monjas se lo agradecían con té y una dosis alta de ¨dios te bendiga hija mía¨. 


Marta gozaba de la salud que Tita perdía de a poco, como si el crecimiento de una significara la inexistencia de la otra. Cuando Marta aprendió a correr a Tita le empezaron a fallar las piernas y el día que la pequeña ingresó a la escuela la boca de Tita empezó a trabarse, ya no lograba pronunciar ninguna de las palabras que antes creía suyas. El médico de la familia no pudo explicar lo que le pasaba a ese cuerpo cada día más transparente y debilucho, tampoco lograba entender cómo había desaparecido la cicatriz en su mano, por mucho que examinaba no encontraba rastro alguno de piel quemada, cómo si el incendio jamás hubiera ocurrido. El reposo absoluto fue inevitable. 


En vista de las circunstancias los Gómez Linze adoptaron legalmente a Marta. La niña ahora viviría con ellos en la Capital donde asistiría a una escuela privada y en sus ratos libres tomaría clases particulares de música, le agradaban algunos instrumentos pero eligió el violín. Llegó el invierno y con él las vacaciones escolares; Marta entusiasmada apenas pisó la Finca corrió al dormitorio de Tita para contarle todo sobre su nueva vida; al tocar la puerta solo el silencio se hizo escuchar, una cama vacía y un olor peculiar fueron lo único encontrado. Fue la señora Gómez Linze quien semanas después mientras preparaba la alcoba para la nueva empleada tropezó su mirada con un documento olvidado en el armario. Se colocó sus anteojos porque no daba crédito a lo que leía, la identificación tenía fecha de 1994, en ella aparecía una joven con el rostro de la Tita que conoció pero mucho más feliz, su nombre era Marta Gómez Linze, edad veinte años. Lo guardó en su bolsillo y aunque no lo comentó con nadie desde ese día empezó a llamar a su pequeña, Tita.





* Cuento publicado en el libro "Antología 2014"- Purapalabra Ediciones


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