No sé
por qué has decidido regalarle la casa de muñecas más grande de la tienda
cuando bien te he dicho que ella ya tenía una, no tan presuntuosa como la que
le diste claro, sin esos azulejos tan diminutos y perfectos en los baños, ni
las escalerillas de madera relucientes que dan la impresión de estar recién
pulidas; Pero nada de eso me ha impresionado, ni siquiera el mini juego de té
de porcelana que combina con la alfombra diminuta del living, mientras más me
fijo en cada uno de sus detalles, más la detesto. Cómo si cada descubrimiento
decorativo fuese un piojo en la cabeza, mi asco aumenta mientras más numerosos
son.
Ya le
dije a Juan que la guarde en el ático, allá con las otras cosas que año tras
año has intentado introducir en su vida, no sé por qué lo sigues tratando, ya
sé con lo que vas a salir, me dirás lo que año tras año me has contestado
cuando he intentado discretamente hacerte entrar en razón. La nena no te
necesita, me tiene a mí y también a Juan, quién lo sabe todo, no pienses que es
un idiota. Cuando la conoció con sus facciones tan finas y esos ojos de búho
que lo miraban fijamente lo supo de inmediato sin embargo no me lo mencionó,
tal vez por temor a incomodarme; Pero yo que estaba atenta a su primera
reacción me di cuenta, pero tampoco le mencioné que era en vano que disimule,
tal vez por temor a asustarlo. ¡Sabré yo cómo se asustan los hombres con las
mujeres que hablan de lo que saben!
Los
primeros dos años fueron los más difíciles, en las madrugadas la nena lloraba y
chillaba pidiendo alimento. Cuando intentaba darle de mamar lloraba más y en
lugar de pegarse a mi pezón se alejaba, como si supiese lo que estaba
ocurriendo. Y durante el día, cuando lograba calmar su llanto con alguna muñeca
improvisada que la esponja del baño y unas tijeras me permitían crear (ya sabes
cómo es mi economía) era mi cabeza la que no me dejaba tranquila, surgían los
cuestionamientos que creo que las mujeres en mi situación se habrían hecho,
pero jamás confirmé eso, ya que nunca conocí a una mujer en mi situación y aún
si la hubiese conocido no le hubiese confesado dicha similitud. Siempre me
catalogaste de desconfiada y ahora me doy cuenta que tenías razón. Pero los
cuestionamientos moralistas también tienen su otoño y al igual que los árboles,
sus hojas culposas pierden peso y caen; Y continué esperando que la costumbre
airosa de lo cotidiano ponga color a este árbol, que aunque algo torcido ya
tenía su tan anhelado fruto.
No te
contaré sobre los siguientes años, es en vano escribirte sobre lo que imagino
ya has averiguado, pero con Juan en mi vida y en la de la nena todo mejoró
notablemente. Fue en su noveno cumpleaños cuando Juan mientras limpiaba el
ático descubrió todos aquellos preciosos juguetes, amontonados y disfrutados
únicamente por las ratas que cada noche roían un centímetro más del conejito de
madera, ese que al tirar de la cuerda se movía sonriente, o de la muñeca de
trapo que dijiste traérsela de tu viaje a Italia, así como los pinceles con
acuarelas , los vestiditos, los zapatos de charol, los cuentos de princesas
rescatadas y quién sabe con exactitud cuántas cosas más Juan encontró aquella
tarde en el ático. Afortunadamente la nena estaba conmigo en el jardín
alistando todo para recibir a sus amigas y nunca sospechó nada. Claro que luego
de la fiesta, entre Juan y yo era en vano seguir disimulando y aunque desde el
inicio yo supe que él conocía mi secreto me aterraba que al confirmárselo nos
abandone, hay una diferencia enorme entre pensar que un lugar está embrujado y
ver al fantasma.
Al
principio enmudeció pero dos vasos de agua después empezó a preguntarme muchas
cosas, como un chiquilín a quien le hablan sobre dinosaurios; Me preguntó si
alguien más sabía y le tuve que mencionar sobre mi error de confesárselo al
cura; Yo era apenas una chiquilla aterrada, la gente aterrada hace estupideces
y la religión sobrevive gracias a la gente aterrada, pero de eso no me percaté
aquel día cuando salí del hospital con una sonrisa en los labios y una llaga
que ardía en mi pecho. Por eso, apenas puse al bebé en la cuna y mientras mi
familia y su padre, quien luego dejaría de ser mi marido, celebraban su llegada
al mundo, agarré un taxi hasta la iglesia más cercana. Si te
contara
la expresión que puso el cura cuando le conté lo sucedido; No necesité verle la
cara, lo supe porque aunque hizo el esfuerzo de mantener un tono de voz calmado
no logró disimular su asombro en el “Dios te perdone hija mía”, a veces no hay
gesto más claro que la voz. En ese momento debí sospechar que él te lo contaría
todo. Los humanos somos animales traicioneros, más aun los que no cogen.
Juan
escuchaba todo con atención, desde cómo nos hicimos amigas en el Instituto
hasta cómo siempre envidié tu forma tan natural de llevarte con los chicos,
aquellos que para mí eran inalcanzables tú los transformabas en tus amantes; Y
luego venían los detalles de cada perversidad que te hacían por las noches,
esas mismas noches en que yo cuidaba a mi abuela, quien me hablaba de las
virtudes de una dama, (las perversidades no estaban en esa lista).
También
le detallé cómo por casualidad años después nos reencontramos, ambas con
embarazos avanzados, pero tú te quejaste de cómo tu cuerpo había engordado
¿recuerdas?, ¡qué rabia me causó escucharte decir que no amamantarías a tu bebé
para que tus senos no se deformen!, y te reíste de mí porque yo estaba ansiosa
por hacerlo. Siempre fuiste una bestia más ruin que yo pero jamás me animé a
decírtelo, ya sabes, por mi problema de confianza. Luego de nuestro encuentro los
meses siguientes fueron aún más extraños, visitas juntas al médico (tu marido
jamás te podía acompañar por sus viajes y el mío ni siquiera inventaba un viaje
para justificar su ausencia). Cuando nos enteramos que ambas tendríamos dos
nenas, tú empezaste a abrazarme de la emoción, yo en cambio no volví a
descansar bien. Me era inevitable preguntarme qué nena sería la más linda, cómo
trataría tu nena a la mía, ¿sería la mía la que no disfrute por las noches?, o
en esta ocasión ¿sería la tuya la que escuche a la mía relatarle todas sus
aventuras amorosas? ¡Cómo podía saberlo! Realmente no quería saberlo, prefería
la intriga a la decepción.
No te
mentiré, me costó mucho relatarle a Juan lo que pasó en el hospital, mucho más
que cuando se lo dije al cura, creo que porque esta vez fui consciente del
riesgo que era decírselo; Pero incluso le hablé de las rosas que recibiste el
día que nacería tu nena, lo recuerdo claramente porque yo estaba en la cama de
a lado, no te bastó con que nuestras hijas compartieran el mismo sexo, también
insististe en fijar la misma fecha de parto y en habitación doble, a ti no te
bastaba nada y yo me alimentaba de tu insatisfacción. Nunca lo sentí como dos
futuras madres compartiendo experiencias, lo sentía como ser la elegida para acompañar
a la chica más linda del Instituto, así sea anestesiadas, así sea pariendo. Le
comenté que mientras paría a mi hija pensaba en que sin importar que tan linda
me hubiesen dicho que era, de seguro mi nariz de gancho o la boca torcida del
padre harían de su rostro un retrato imperfecto de una niña hermosa.
Tú
quedaste tan débil después de parir que dormiste profundamente, ni siquiera
pudiste conocer a tu pequeña; Recuerdo como roncabas esa madrugada, me parecía
intolerable cómo podías descansar tan plácidamente sin antes haber visto a
quien llevaste por meses adentro tuyo.
La
noche avanzaba, tú dormías y los bebés en sus cuneros hacían de la habitación
un lugar casi pacífico. Me levanté sigilosamente, las ganas de saber quién
había parido a la bebé más linda me animó a acercarme al cunero junto a tu
cama; La contemplé como se hace con la luna, maravillada y enamorada. Me
enamoró tanto ver tu rostro en ella; Quizás fue por eso que cuando mi pequeña
no se movió dentro de su cunero no dudé en poner al bebé muerto de tu lado y al
vivo del mío. Tengo grabada tu cara de tristeza a la mañana siguiente, llorabas
como río desbordado. Nunca te había visto así, anhelando sin saber lo que ahora
era mío.
Juan
no me juzgó, posiblemente por ser extremadamente bueno o despiadadamente malo.
También supo que desde que te enteraste, año tras año has intentado
recuperarla, que has mandado esos obsequios costosos a mi humilde morada y que
incluso le pediste al cura que testifique a favor tuyo para poder actuar
legalmente, pero por suerte las agallas de dicho sacerdote no son
proporcionales con el tamaño de su lengua.
Desde
tu aparición he pasado asustada pensando que en algún momento lograrías
apartarla de mi lado. Juan que me quiere tanto pasaba preocupado pensando en
que la angustia podía enfermarme.
En
cambio ahora sonrío tranquilamente. Me causa gracia
imaginarme tu cara de asombro al recibir por primera vez una carta mía. Tus
ganas de usar este escrito en mi contra y tu frustración al ir a buscarme con
la policía, y solamente encontrar una refinada casa de muñecas engullida por
una humilde vivienda de humanos, situada en la ciudad gris de un país en el que
ni Juan, ni la nena ni yo vivimos más.
* Cuento publicado en el libro "Antología 2014"- Purapalabra Ediciones
* Cuento publicado en el libro "Antología 2014"- Purapalabra Ediciones