jueves, 25 de diciembre de 2014

Minuto



Mientras en el hospital local una vena brota de la garganta del recién nacido quién con un grito desesperado se inicia en la vida; A kilómetros de distancia, en el mismo pero distinto minuto, otra vena  -como lucecita rota- se apaga del cuerpo del soldado fusilado a manos del ejército enemigo. Lágrimas de algarabía invaden esos rostros familiares que al anuncio de ¨ ¡Es un varón! ¡Es un varón!¨ brillan de  contentamiento. Un padre orgulloso piensa en los pasos que al poco tiempo su hijo comenzara a dar, las sabrosas comidas que compartirán durante la cena y la cama tibia en la que se refugiara cada noche luego del beso con el que él y su mujer sellaran su frente. También son lágrimas pero con sabor a dolor las que resbalan por aquellas caras que han fijado su mirada en el noticiero de la tarde. Ese en el que acaban de informar el fallecimiento del soldado. Quien además era esposo, padre e hijo del anciano que desde la silla lo ha escuchado todo, y a quien la parálisis de sus piernas no le impide comprender que su hijo ya no tendrá más pasos por avanzar, ni otra comida que compartir y que ya no habrá cama que lo acobije a la noche después del beso con el que solía sellar la frente de sus pequeños. Ese par de críos que – mientras la familia llora su reciente orfandad –  juegan con el soldadito verde con negro que Papa Noel les trajo por Navidad. 

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