miércoles, 2 de diciembre de 2015

La Traición

Han pasado dos horas y su celular continúa apagado. He decidido salir a buscarla pero no sé por dónde empezar. Pienso en ella pero también en Rebeca, y lo feliz que me he sentido desde que la conocí. Le he pedido al taxista que deambulemos por las plazas y calles cercanas a la casa y mientras mis ojos intentan localizarla, mi cabeza continúa desmenuzando cada detalle de la pelea. - Yo por ti renuncié a todo y así me lo pagas- me dijo y luego ese portazo que no derrumbó mi espíritu, pero sí la perilla. Recuerdo que al agacharme a recogerla su mirada aún intentaba fulminarme. Sobre la mesa el aparato delator seguía encendido revelando mi mentira. No todos estos veinte años viviendo juntos han sido así de malos, debo admitirlo. Los primeros estuvieron cargados de recuerdos inolvidables. Ella aún conserva muchas fotos de aquella época, no hay reunión familiar que no se convierta en pasarela de imágenes. Imposible describir las caras de incomodidad que ponen los demás al sostener nuevamente sobre sus manos nuestro pasado compilado en una Tablet. Cuando a ella le brillaba la sonrisa por mí y yo la abrazaba cómo si de aquella mujer hubiera dependido mi vida entera. Y luego llegan los comentarios sobre cómo ha pasado el tiempo y el halago de decirnos que seguimos igual de hermosos para amortiguar cualquier hilo de tensión previa. El taxi es antiguo y ruidoso, su interior está cubierto por estampillas de santos y, en medio de todas, una gran Virgen María con el niño Jesús en su regazo parece cuidarnos. El conductor me observa por el retrovisor constantemente, disminuye la velocidad y sugiere que nos detengamos un momento hasta saber hacia qué lugar ir. Se me ocurre entonces buscar a Rebeca y contarle lo sucedido, la pobre no tiene ni idea de lo que ha ocasionado su último mensaje. El auto se ha puesto en marcha nuevamente y con él un ruido a tuerca floja se ha hecho presente. Recordé que horas antes un sonido similar había hecho la puerta de su habitación cuando se entreabrió durante la pelea y cómo mis pies se habían encaminado hacia el interior. Al verla sentí su afilado dolor atravesarme el tórax. Siempre fui así de vulnerable, como pollo deshuesado sobre un mesón, rodeado por cocineros que hacen de él lo que desean. En ese instante fue ella quien me despellejó vivo con sus lágrimas. Me preguntó por cuánto tiempo se lo había ocultado. Tres años, respondí. ¿La has traído a nuestra casa? Mi silencio gritó que sí. Me sentí un cretino. -Lo recuerdo- es lo que atiné a contestar cuando mencionó  las veces que le aconsejaron que se distanciara un poco de mí y cómo ella nunca se apartó de mi lado, porque en su corazón siempre seríamos solo los dos. La ruta está más congestionada que de costumbre a causa de una patrulla que posiblemente ha decidido impedir el paso por ir en búsqueda de algún ladronzuelo. Otros conductores golpean fuertemente las bocinas, pero el señor del taxi ha preferido aprovechar la situación para contarme cómo ayudó a detener a unos criminales cuando era joven, sonrío cual acto caritativo. Al igual que horas atrás había hecho con aquel abrazo que ella me pidió. El cual me llevó de vuelta a nuestra primera casa, donde cada noche mis miedos abrazaban a su soledad. Le dije que podría seguir contando conmigo, que yo no desaparecería de su vida. Su boca hizo un movimiento de risa fúnebre. Me preguntó por su nombre y su edad. Luego quiso saber dónde nos habíamos conocido y qué sabía ella sobre nuestro hogar. Respondí que yo no hablaba de esos temas con Rebeca y súbitamente la habitación se volvió tan silenciosa como un trueno. Sus reclamos jugaron al ping pong entre ambas paredes. A mi derecha, sobre una repisa, la colorida tortuga de tagua que habíamos traído de algún viaje a la playa lucía atemorizada. Agudicé la mirada y noté algo de complicidad por parte del animal, o talvez solo se trataba de un exceso de pintura negra que le daba a su ojo izquierdo cierta apariencia de guiño. Recuerdo que sonreí. - No, no me estoy burlando de ti – le contesté. Por su gesto, supe que no me había creído. Respiró profundamente y con la misma ternura que solía limpiar mis lágrimas agarró mi celular de la mesa. Ya no escarbó en los mensajes y fue directamente a las fotos. Su índice se movía por toda la pantalla como un director de orquesta, hasta que la encontró. La fotografía gritaba juventud, tenía el sabor de los primeros besos y esa mirada perdidamente inquietante que tienen las rubias a los dieciocho.  Me preguntó quién más sabía al respecto. Le dije que mi padre. No me sorprende, comentó. Sacaste lo peor de él. Agarró su bolso y se marchó. El taxi no ha logrado estacionarse a la entrada de la Facultad porque hay mucha gente amontonada. Me abro paso entre profesores y compañeros de carrera pero mi prisa no alcanza y cuando llego encuentro a Rebeca caída en el pasto, el fluido proveniente de su cabeza ha obscurecido sus cabellos. Un vacío de inexistencia se ha alojado en su mirada. El oficial se acerca, señala a la víctima y luego con el mismo dedo apunta al interior de la patrulla. Me hace una sola pregunta que me deja desarticulado como  tortuga sin caparazón. Solo logro balbucear…es mi novia y es mi madre.     

FIN