viernes, 31 de octubre de 2014

Los diamantes caen del cielo


La espuma gigantesca cual vómito marino se enredaba con los pies de los turistas que intentaban desde la orilla conocer a este majestuoso azul salado. Sus dedos pálidos y friolentos rozaban las caras de los peces, animalejos lánguidos y flacuchentos; tan debiluchos que soñaban con ser tiburones y poder de un solo bocado devorar a algún bañista,pero no, ellos tenían que conformarse con algunas algas y cuando tenían suerte una que otra lombriz, la cual casi siempre resultaba ser tan placentera como mortífera.

Pero esa noche un grupo de luciérnagas volaban a su suerte por esos rumbos. Confundidas sin saber que ruta tomar brillaban más que nunca para no perder su propio rastro; Sin embargo no anticiparon la tormenta y en pocos segundos los aires feroces hacían de nuestras pequeñas valientes partículas luminosas a la deriva, como bailarinas perladas en el obscuro telón lunar. Los peces estupefactos observaban desde abajo este juego de cometas, de luces efervescentes y con júbilo y un regocijo casi desenfrenado de esos que fácilmente se confunde con estupidez saltaron atrevidos a la superficie queriendo atrapar lo que sea que brillara de esa forma. Una, dos, tres, cuatro, cinco luces de un solo bocado, el éxtasis tenia forma romboide, forma de escamas luminosas estallando al compás de aletas convulsionadas y pintorescas. Una escena que ni el más ebrio de los marineros pudiese haberla visto antes.

A la mañana siguiente la tormenta había terminado. Los bañistas volvían felices a sumergir sus cuerpos en la corriente, a juguetear entre las olas. De vez en cuando se quejaban de la sensación gelatinosa que sentían al pisar el fondo del mar. Solo un niño recordó a los peces, pero un zambullido después, también los olvidó.
* Publicado en el libro "Antología 2013"- Purapalabra Ediciones. 

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