viernes, 31 de octubre de 2014

Encuentro Nocturno



El colectivo se detuvo dos veces antes que ella subiera; Lo sé porque en la primera parada yo aún estaba dándole los últimos mordiscos al pan casero que Rita muy gentilmente me había obsequiado. ¡Qué amable y generosa que es Rita! , lástima que su exceso de bondad me genere muchas cosas excepto atracción. Digo lástima porque su pan casero es tan sabroso que seguramente si fuese mi novia yo podría beneficiarme de ese talento culinario, siempre viene bien comer rico, sobre todo ahora que vivo solo y únicamente logro diferenciar un arroz cocido de uno crudo luego de metérmelo a la boca. Les decía que el colectivo se detuvo dos veces antes que subiera ella, la muchacha de quien quiero hablar pero no encuentro palabras justas y precisas para describir lo que me causó, tal vez por eso divago tanto entre el pan de Rita, mi arroz crudo y su pelo negro. ¡Ah sí! tenía el pelo color noche, también su nombre me recordó a la noche, aunque ese lo supe después cuando me animé a preguntarle si quería ocupar mi asiento; Allá de donde vengo se estila ser caballero, nunca supe bien que significaba eso, pero era algo que desde chico me lo repetía mi mamá cuando subía una mujer al colectivo. Al contarle esto a ella entre risas intentó explicarme lo contradictorio que es ceder el asiento o celebrar un día por la mera condición de haber nacido mujer y luego pretender luchar por la equidad de género, o algo así, decía cosas interesantes, no sé si por ciertas o por sonar desconocidas para mí. A esas alturas yo ya no sabía en donde estaba, olvidaba mencionarles que era la primera vez que tomaba aquél colectivo; Antes que ella subiera yo aunque sea hacía el intento fallido de mirar atentamente por la ventana, pero cada esquina me parecía una imitación exitosa de la anterior y los vidrios polarizados no permitían leer con exactitud el nombre de las calles; Luego, cuando ella subió, empecé a alternar mi cuello entre la ventana a la derecha y su rostro a la izquierda, pero cuando empezó a hablarme no pude no dejar de verla. Veinte minutos y un dolor de cuello después recordé que tenía que estar atento al camino para no perderme, es decir, supe que ya estaba perdido.

Siempre he tenido cara de extraviado, incluso cuando creo saber hacia dónde voy. Normalmente no me importa que la gente se percate de mis despistes, pero esta ocasión era distinta, por razones que ya se han de imaginar tenía que hacer el mayor esfuerzo para disimular, solo faltaba que además de ser ella la que viaje parada, también sea ella la que me muestre como llegar. ¡Eso sí que no! Mis manos conscientes del inconveniente humedecían el único pantalón que tenía para las ocasiones formales, ahora además de pretender no estar perdido, tenía que, con la mano más presentable sacarme el saco, cubrir mi pantalón y pedirle a todos los dioses que mi camisa no me traicione. Afortunadamente, mi boca no se percataba de lo que ocurría y con una extrañeza locuaz le contaba sobre los paisajes que hay allá de donde yo vengo, y sobre el pescado frito a la hora del desayuno, la siesta de cuatro horas , el olor de la espuma del mar, y lo impensable que sería hacer fila para subirse al bus. Ella desde lo alto me miraba encantada, como turista contemplando a un mico. Luego fue ella la que me contó sobre los lugares en los que había estado, la transparencia del agua en el Caribe, lo risueña que es la gente en Brasil y lo triste que luce en Berlín. Entonces, con un gesto casi de horror, aplastó el botón de la parada y con la inmediatez de un ¨fue un placer¨ desapareció. Yo bajé tras ella, pero su cabellera se mezcló con el telón nocturno y entre un humo de multitud bulliciosa no la vi más.

Ya hace dos semanas de aquél encuentro, se lo he contado a los muchachos, quienes me han dicho que estoy loco y otros, los más crueles, hasta me han llamado estúpido por seguir hablando de ella. La humedad en mi pantalón desapareció, lo he usado mucho últimamente, desde la mañana que salgo con el diario bajo el brazo a deambular por aquel lugar donde se esfumó hasta la noche que vuelvo a la pensión con el diario arrugado, una bolsa de pan y aún sin trabajo. Hoy a la tarde me he sorprendido al grito de - “Ahí está, él fue”. Cruzando la calle, una señora bastante regordeta empezó a aproximarse, tras ella con cara de felicidad atrofiada un oficial de la policía alargaba su brazo en señal de que me detenga.

- ¨ ¿Es éste el sujeto señora?¨ - preguntó el oficial

- “Si, estoy segura. No pensé que te volvería a encontrar por este sector, sí que debes tener agallas para andar por aquí como si nada” – su tono intimidante era una lanza que me atravesaba el cuerpo entero.

- “¿Puedo ayudarles en algo?”- murmuré con la poca voz que se animó a salir de mi boca.

- “¿Que si me puedes ayudar? Mira que cínico. No necesito tu ayuda, solo quiero que me devuelvas el bolso que me robaste”

- “Robar?!! Pero si yo no le he robado nada, ni a usted ni a nadie señora” – En un intento por seguir mi camino, el policía, haciendo uso de su cuerpo amuralló la vía y replicó: - “Bueno, acá esta señora te acusa de robarle el bolso dentro de un colectivo y bajarte justo en esta esquina, hace dos semanas atrás a las...”

– “Sí que te acuso”- interrumpió ella - “yo iba sentada atrás tuyo, te reconocí porque también esa noche llevabas puesto ese traje formal, el colectivo paró y no se quien bajó primero, si tu o ella, pero mi bolso ya no estaba “

Esta noche he salido de la comisaría por falta de pruebas, mi pantalón curiosamente continúa limpio, le he cambiado a un oficial mi saco por sus cigarros y camino de vuelta a la pensión anhelando ver el rostro bondadoso de Rita mientras me brinda una porción de su delicioso pan casero y la expresión de felicidad de los muchachos al saber que a partir de hoy ya no me escucharán mencionar a Sol en ninguna de nuestras conversaciones.


* Cuento publicado en el libro "Antología 2014"- Purapalabra Ediciones

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