viernes, 31 de octubre de 2014

La Intromisión



-Por un momento pensé que la rutina te había enfermado, tú sabes, de aburrimiento. -gritaba Manuel del lado externo de la puerta. Él, en silencio y desde adentro lo escuchaba. Para su infortunio el rechazo que sentía por Manuel no era correspondido y aquella mañana apenas éste último se enteró de su permiso médico fue a visitarlo. -Solo serán unos cuantos días Manuel, algo que comí no me sentó bien. Es todo- susurraba él por los escasos cinco centímetros de puerta abierta. - Si, te creo. A juzgar por el olor a huevos podridos que desde acá afuera percibo, me parece que necesitarías tomarte toda la semana. -respondió Manuel con aquella carcajada de hiena que lo caracterizaba. - Pero eso sí - continuó - te recomiendo que no te tomes más de eso, mira que el jefe ya anda furioso porque una de las camareras le ha fallado estos días, aparentemente estaba tan harta del trabajo que ni renunció. Y ahora contigo fuera del escenario el bar se pondrá patas arriba.- concluyó Manuel. – Yo no tengo la culpa de la inconformidad de los otros, menos de una camarera - comentó él a modo de cierre. – No te lo tomes personal. Seguramente la chica anda de joda o se consiguió un mejor trabajo, ya sabes cómo son de impredecible las mujeres. Recupérate pronto hombre, que talvez sea la falta de un buen romance lo que te tiene así de irritable- terminó de decir Manuel mientras cerraba la puerta del ascensor. Él, aliviado por la partida de su entrometido compañero, se alegró de nunca haberle presentado a su novia, sino quien sabe que disparates diría sobre su relación. Sin embargo, la novedad de la camarera le quedó resonando en la cabeza. De hecho, apenas logró deshacerse de Manuel lo comentó con su pareja. 


Al bar lo había encontrado mucho antes que a ella. Era una de esas mañanas veraniegas a las que el sol les besa la cara. Él, nuevo en la ciudad, caminaba sin rumbo. Sus ojos, curiosos, se trababan en cada detalle del paseo. Desde grafitis aislados en las esquinas hasta esos rascacielos que parecen pinchar las nubes. Mostraba una fascinación de crío recién parido. Lo primero que capturó su atención al entrar fueron aquellos largos tablones que revestían por completo el lugar. Le resultaba imposible diferenciar entre el final de una pared y el inicio de otra, o tener la seguridad que al asentar el pie lo estaba haciendo sobre el piso. Como si todos los elementos fuesen una sola pincelada de madera. Con una inesperada familiaridad acomodó su cuerpo en lo que creyó un banco y pensó que así debían sentirse las ardillas que hacían del interior de un tronco su refugio. Y fue en aquél mismo lugar que un año después la sorprendió a ella observándolo. Era la noche de su primera presentación. Él le respondió con una mirada cuidadosa, como si se tratase de un cristal al cual el más ligero parpadeo pudiese romper. Sus ojos comenzaron a escalarla por aquellos cordones que caían de sus botines obscuros, luego ascendieron hacia las eternas pantimedias que combinaban a la perfección con el vino tinto de su vestido. Cuando ante sus ojos llegaron al encuentro esos reconfortantes pechos de mujer, sorprendido, descubrió balanceándose de su cuello a un pequeño dije con una ¨L¨ en él. Supuso que era la inicial de su nombre y sonrió por la coincidencia. Luego de eso, a velocidad de rayo, una ráfaga de labios, dientes, nariz, ojos y pelo azotó su memoria, suspiró. Solo fueron necesarias unas cuantas semanas más para que él sintiera confianza suficiente en acompañarla al Instituto donde ella estudiaba. Las horas de clases que esperaba sabían mejor con un expreso doble que pedía en la cafetería mientras devoraba entero el periódico del día. Cuando las clases culminaban, con una sonrisa que desbordaba su rostro, él se dirigía al restaurante de la esquina donde ella amaba almorzar. No era sorpresa que ella ordenara la ensalada de palmitos que él tanto detestaba, pero a la hora del postre sus gustos se reencontraban en aquel flan de leche.


Lo cierto era que aunque Manuel creyó lo de su enfermedad, él enfermo no estaba. Pero desde el día anterior la llamada de su madre lo había inquietado más de lo que era capaz de aceptar y así no podía hacer reír a nadie. Sabía que de existir una persona a la que no podría mentirle sería a ella. Y no quería – a causa de su intromisión – poner en riesgo la felicidad que por primera vez en dos años volvía a sentir. Y es que su madre siempre fue así, de intuir cosas. A ella nunca se le escapó nada. Ni las notas escritas entre él y sus primeras noviecitas, ni una mala calificación escondida en el fondo de la mochila, ni los números telefónicos de los pocos amigos que logró hacer en la facultad. Incluso fue su madre la que averiguó – a manera de interrogatorio – los detalles sobre su primer encuentro sexual. Ya hacía mucho desde que él había tenido que desaparecer y ella, aunque apoyó su decisión, aún no lograba superarlo. Todavía lo llamaba a diario para verificar que se encontrara a salvo. Y cuando sospechaba que algo había ocurrido, mágicamente, aparecía en su casa a los pocos días. Recibir a su madre lo hacía sentirse un inútil y ya suficiente de esa sensación le causaba el pesado de Manuel, quien a pesar de haber arrancado en el bar hace tan poco siempre terminaba sus presentaciones cubierto por una lluvia de aplausos. No entendía. Siempre se había pensado como un hombre cómico pero al parecer los citadinos no simpatizaban con su humor. Por suerte, ahora estaba con su novia. Eso indudablemente lo animaba. La relación estaba en su mejor momento. Tener la seguridad de que ella estaba ahí para él le resultaba reconfortante. 


Aquella misma tarde él se recostó en su sillón favorito a leer el periódico. Pero no fue en el periódico sino en la televisión donde la noticia fue transmitida. La chica que había mencionado Manuel, de apenas diecinueve años, estudiante de artes escénicas. Luego de dos días sin volver a su casa había sido reportada, por las autoridades, como desaparecida. La investigación se centraba en el novio, un joven que trabajaba como cajero de supermercado. También - según anunciaba la periodista- las amistades de la joven serían interrogadas al igual que sus compañeros de trabajo. El escuchaba y cebaba el mate. La madre de la chica aparecía en la pantalla. Poco a poco el líquido subía por la bombilla hacía su garganta mientras las lágrimas descendían, también poco a poco, por las mejillas de la señora. – Este tipo de noticias me afectan mucho – comentó él mientras giraba la cabeza como buscando la opinión de su novia, quien estaba sentada a su lado perpleja por lo que veía. – Mejor cocino algo rico de comer para animarnos un poco – sugirió él mientras apagaba el televisor.


Luego de la cena, el estruendo de platos que había invadido por varios minutos la cocina ya no se escuchaba más. Ahora él con besos limpiaba cualquier resto de alimento que hubiera quedado sobre sus labios. De un armario que combinaba con la pulcritud del lugar, agarró una cobija, le preguntó si tenía frío y acto seguido comenzó a arroparla como se cubre a una diosa. Cuando le comentó sobre la llamada de su madre, esa que – a juzgar por el tono preocupado de la señora– implicaría una visita futura, ella lo escuchó con los ojos bien abiertos pero sin decir palabra alguna. El, como interpretando su mirada, le dijo que no se preocupe, que en esta ocasión no sería como con Laura, que ahora él era un hombre independiente. Con un abrazo la apegó a él y se durmió. Un silbido de viento proveniente de la única ventana acariciaba la mejilla de ella, pero ni siquiera eso pudo hacer que lograra cerrar sus ojos. La muchacha pensaba en la voz de Manuel hoy, esa voz que hablaba de aquella camarera e inmediatamente recordó el rostro de aquella madre por televisión, y las voces de sus amigas comentándole que alguien en el restaurante la observaba, y luego su propia voz advirtiéndole que alguien la seguía cuando iba al Instituto. Y entonces lloró por tener que aguantar a ese desconocido tratarla como su amante. Sus labios, amordazados, gritaron tanto que casi no escucho cuando aquella madrugada él, temerosamente, metió en el picaporte más alto de la puerta la llave dorada que prendía de su llavero. Luego, del bolsillo más pequeño de su campera sacó una segunda llave tan fina y plateada como una cana. Con la cautela de quien no quiere ser sorprendido por ningún vecino miró a su alrededor e introdujo aquella llavecita en el picaporte inferior. Dos giros a la izquierda después, entró una señora corpulenta quien lo abrazó y le dijo que se fuera tranquilo, que mamá una vez más lo iba a ayudar.

2 comentarios:

  1. Tengo una historia que quizás llegue a interesarte escribirla. Te la sintetizo en los siguientes renglones:

    Danilo Guamán, es un indígena amazónico que escribe cuentos. Sus personajes son altos, rubios y de apellidos que no puede pronunciar, en la última novela su musa se apellidaba Heukafer. En fin, este pequeñajo pero talentoso indio de 1.58 de estatura y siempre rechazado por las mujeres blancas, tiene la oportunidad de viajar a Buenos Aires a continuar sus estudios de letras, gracias a una beca estatal. En su estadía aumenta no sólo su resentimiento de indio hacia todas las mujeres hermosas de rasgos europeos que lo ven con desdén o pena en el mejor de los casos, sino que también escribe historias de romance realmente hermoso. Su literatura poco a poco se vuelve popular en los cafés de Almagro y aunque no consigue que una sola mujer de piel blanca le roce la piel siquiera, consigue fama, admiración y por supuesto compasión. Al final de la historia Danilo está a punto de publicar su primer libro en una editorial argentina pero se suicida un día antes. Se sospecha que lo que lo motivo a terrible acto existencialista fue el ser violado por un travesti paraguayo rubio, que lo engañó inicialmente haciéndose pasar por mujer.

    Cuéntame qué te parece la historia. Me gustaría que le des forma, veo que tienes talento.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Hola. Me alegra que te agrade lo que escribo. Acabo de leer el bosquejo de tu historia y me parece, en general, muy interesante, da para un gran cuento. Sin embargo habría que ir desmenuzando cada parte de él y luego decidir cuales se escriben (la punta del iceberg como decía Hemingway) y cuales se omiten para que el lector las descifre (osea la verdadera historia detrás). Te sugiero que al ser tu idea, tu seas el autor. He leido algunos escritos de tu blog y creo que tu estilo es bastante bueno. Si deseas yo podria darte sugerencias o mi opinion sobre la forma de ser contada, personajes, o uno que otro detalle de estructura a medida que la vas armando. Escribeme, si te parece bien, a gbarco85@gmail.com para hablarlo mejor. Saludos!

      Borrar