viernes, 31 de octubre de 2014

Irresistibles Bizcochuelos


- “Sin vida, está sin vida” – Al grito de la mucama Ofelia se levantó inmediatamente, casi nada podía interrumpir su siesta de las 14hs; Ofelia era de esas damas que conocían la importancia estética de un buen descanso, así también el arte como lo llamaba ella, de combinar perfectamente cada prenda que con metódica rigurosidad elegía vestir para los paseos en el parque con su hija, el té con las amigas, las cenas con su esposo y demás eventos sociales a los que toda mujer finísima estaría dichosa de asistir. Pero aquella tarde, mientras acomodaba sus pies en el satín acolchonado de las pantuflas experimentó cierto placer desconocido, un triunfo personal que ni los más benéficos actos navideños hubiesen podido provocarle. Acomodó su bata, recogió su cabello en una imponente cola, retocó el maquillaje casi sonriente de su rostro y emprendió la caminata victoriosa por las escaleras. El mismo segundo escalón que hace dos noches la había sentido brincar despabilada del susto, ahora la encontraba más segura que nunca, no se sentía así desde su juventud, cuando solía dar esos largos paseos por la plaza cargando con todas las miradas y esperando en secreto, como toda mujer finísima lo haría, que alguno de esos caballeros se atreviera a algo más que observarla. Aún ahora, cuando a causa de su mala memoria, porque vaya que era olvidadiza! Dejaba alguna bolsa en el supermercado, no faltaba algún joven que se ofreciera encantado a darle alcance y pasársela.

Pero aquella noche del incidente se encontraba sola en casa; “la chica” como ella la llamaba había pedido permiso para ausentarse temprano, fue así como luego de preparar la merienda se marchó. Ofelia, quien hace meses no se quedaba sola se sentía aliviada; La nena continuaba donde los abuelos y aún faltaban algunos días para su retorno; De modo que Ofelia se encontraba fuera de la mirada servicial de la mucama, la mirada demandante de la hija y sobretodo, fuera del alcance de las pupilas cansadas de su esposo que en el último año solamente la acompañaba por una semana para luego marcharse tres a causa de imprevistos laborales. Ofelia no se animaba a preguntarle sobre dichos compromisos por temor a la respuesta y prefería concentrar su interés en las fibras de las telas o el color de su calzado y por supuesto en la repostería. Su especialidad, los famosos bizcochitos que tan populares eran a la hora de la merienda y en cualquier momento del día cuando Natalia, como su esposo había querido llamar a la pequeña, no acataba ordenes; A sus cortos cinco años tenía la determinación que su madre había anhelado tener por décadas, y era gracias a esto que conseguía engullirse de bizcochuelos a cambio de recoger sus juguetes, bañarse, o tomar la siesta. Cada vez que Ofelia intentaba exigirle algo veía en su “retoño” todo lo que ella no era, así que prefería sacrificar el castigo y conservar la admiración.

Cuando Ofelia pisó el quinto escalón la emoción la cubría por completo, como las primeras nevadas sobre las aceras citadinas. Ella no solía regocijarse con el dolor ajeno pero como también para los afectos existen excepciones, en esta ocasión Ofelia estaba feliz ya que había querido verlo muerto desde aquella solitaria noche en que lo vio por primera vez. Ofelia había salido de la bañera por un ruido que provenía de la planta baja, y como estaba sola en casa, no tuvo más opción que bajar las escaleras en busca de respuesta. Fue entonces cuando al pisar el segundo escalón lo vió. Estaba subiendo a brincos agigantados los escalones que ella pretendía bajar. No supo si fue su larga cola o su pelaje grisáceo lo que la dejó petrificada como pulga agarrada del pasamano. Intentó gritar pero el único chillido oíble era el de su nuevo acompañante que, con un movimiento inesperado se refugió en el dormitorio desocupado de la nena. Está demás decirles que esa noche Ofelia se desveló, primero cerró la puerta de aquel dormitorio, luego con papel y aislante tapó cualquier ranura por la cual pudiese salir el indeseable visitante. A la mañana siguiente, aunque la mucama buscó por horas al molesto roedor, no pudo hallarlo; Incluso llegó a pensar que su patrona lo había imaginado todo a causa del excesivo tiempo libre que ésta tenía. Fue entonces que Ofelia supo que solo dependería de ella encontrar a la intrusa, y así decidió merodear por la casa descalza y en lugar de pisadas prefería resbalar los pies sobre la madera para evitar emitir cualquier vibración que pudiera alertar al animal. Al llegar la noche y con ella la soledad logró verlo nuevamente; Ahora estaba en su cocina devorando sin vergüenza los bizcochuelos de la cesta. Pese al repudio que sintió Ofelia al ver esta escena, también sintió alivio, porque conocer lo que le encantaba a su enemigo significaba también conocer de qué manera infalible podría deshacerse de él. A la mañana siguiente, antes que llegue la mucama, horneó dos bizcochuelos grandes y esponjosos, y cuando estuvieron dorados roció sobre ellos un polvillo especial, aquél que la libraría por siempre de la plaga. Cuando llegó la chica le pidió determinantemente que se encargara del jardín trasero, sabía que si la cocina pasaba desocupada y en silencio el animal no tardaría en aparecerse y morder de sus bizcochuelos. Ella, quien se había desvelado por dos noches seguidas, decidió tomar la siesta y dejar que sea la buena noticia la que la despertara.

Al llegar al último escalón su corazón palpitaba ensordecedoramente, corrió hasta la cocina desbaratándose como nena en Navidad. Sobre el piso de la cocina había pedacitos de bizcochuelo y junto a ellos la víctima indefensa.

En el velatorio nadie habló de lo ocurrido, excepto la conmocionada abuela paterna quien balbuceaba que una madre que olvida el día en que vuelve su hija a casa no merece ser perdonada. Ofelia, aún continúa tomando la siesta de las 14hs como toda mujer finísima que conoce la importancia estética del descanso lo haría; A veces Rosa su compañera de celda, la mira compasivamente cómo duerme, en la espera de alguna buena noticia que la despierte.


* Cuento publicado en el libro "Antología 2014"- Purapalabra Ediciones

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